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OPINION
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Invertir en la infancia para revertir la situación de los niños y niñas.

Invertir en la infancia no se agota en lograr no menos del 6% del presupuesto nacional destinado a la salud, la nutrición y la atención oportuna a las nuevas generaciones desde el amanecer de sus vidas. Y es que inversión es más que una cuestión de dinero, y nos convoca a la inversión afectiva, a la del tiempo consagrado, a la del conocimiento para cumplir una labor acertada, al aprender a cuidar, a estar con y a aprender uno mismo de los niños y niñas a ir siendo adultos.

Como dice A. Sen, el no hacerlo es poner en riesgo el bienestar y la libertad humana, no sólo de las criaturas, sino de nosotros mismos. Esto no deviene evidente ni obvio a una mirada superficial y distraída. Adoptar una comprensión global del invertir en infancia  obliga a reprensar la calidad de las relaciones del Estado, de la sociedad, de la familia, del clima humano, de cómo se construye condiciones de vida en reliance, es decir, en relacionalidad afectuosa portadora de alegría y del placer de vivir. Pero ello no es apenas un juego de suerte, es un derecho de todo humano, finalmente exigible.

Hoy por hoy la vida de importantes sectores de la infancia, en especial de la primera infancia, ven la luz en medio de una exclusión y pobrezas multidimensionales. Son paradójicamente hijos de la desafiliación, del objetivo desconocimiento que los deja en orfandad. En un país en que se ventilan logros en crecimiento económico, se hace la experiencia de que no basta crecimiento para lograr un indicador de desarrollo humano. Y es que se verifica la ausencia de una correlación significativa entre crecimiento económico y avances en salud y educación. Dicho de otra manera, crecimiento no arrastra per se inevitablemente equidad social, ni impide formas de reproducción transgeneracional de desigualdad.

La primera infancia de nuestro país nos exige relacionar el enfoque de desarrollo humano con el enfoque de derechos, pues éste es la matriz que da sentido y refiere a la dignidad como fundamento de todo logro de desarrollo humano. En efecto, el indicador de desarrollo humano es un indicador rudimentario que requiere de mayores finezas y de evitar su reduccionismo a criterios meramente económicos, como el ingreso personal o el mero nivel alcanzado en educación, cuando por razones de desempleo o trabajo precario y sobrevivencia los conocimientos no llegan a ser aplicados ni permiten configurar el propio destino, es decir el bienestar.

Un nuevo pacto por la infancia, como el promovido desde el I Encuentro Nacional de Inversión  en la Primera Infancia, no es sino una expresión concreta de un nuevo pacto social que haga de aquélla la piedra de toque de la voluntad política y responsabilidad ética de querer saldar definitivamente la deuda social acumulada por el Estado y la sociedad con las primeras infancias de nuestro país, muy en particular con las infancias del mundo rural, de nuestras comunidades originarias y afrodescendientes.

En vísperas del II Encuentro Nacional de Inversión en la Primera Infancia, el Grupo Impulsor ofrece a las autoridades, en particular a los presidentes regionales y alcaldes, electos o reelectos, la oportunidad de hacer de su gestión un compromiso por llegar a hacer de sus demarcaciones políticas, territorios libres de desnutrición infantil y desatención en salud y educación. Para ello, este II Encuentro Nacional estará centrado en la definición de la Plataforma de Acción que haga del Pacto Ciudadano por la Primera Infancia un instrumento concreto de responsabilidad social y ciudadana por la primera infancia.

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inversión en la infancia
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